Entró con una apariencia solitaria,
sin advertir a los comensales de su presencia,
sus ojos reflejaban un vacío,
melancolía de una tierra lejana: montañas a lo lejos, suelos verde lima, un cielo azul con elegantes nubes, ahí danzaba su alma, dejandose mecer por el viento que silva dulces tonadas, a veces volviendose una con el todo, descansando al unisono.
Así entró, hizo fila y ordenó un croissant de soja.
Así me enamoré, porque mi alma, desde la orilla del mar, donde las olas son mansas y a lo lejos riskos imponentes detienen el paso de los fuertes vientos del este, pudo sentir su presencia.
Y mis ojos brillaron, dos mundos se encontraron, mi alma queria salir a traves de mis ojos, deslumbrando.
Fue la unica en notar al otro pues su alma yacía perdida, vagando en esa hermosa tierra media, virgen, bailando, reposando, sin las ataduras de un cuerpo mundano.
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